El sistema de formación
profesional para el empleo (es decir para los que ya están fuera del sistema
reglado de formación, bien ya trabajando o bien parados) se ha vuelto a poner
en discusión, con críticas importantes respecto de los resultados materiales producidos,
aparte de los ya recurrentes y desgraciados asuntos de sospechas de posible
corrupción en el uso de los fondos destinados al efecto. Dejando al margen este
último asunto, por cuanto que los datos disponibles en estos momentos son
confusos e insuficientes como para poder hacer una valoración, resulta
especialmente importante afrontar la cuestión de fondo relativa a los objetivos
y eficacia de las políticas públicas en materia de formación para el empleo.
No cabe la menor duda de
que el sistema que ha venido rigiendo hasta el presente ha dejado mucho que
desear y, a pesar de la cantidad de fondos destinados a tales políticas y del
elevado número de cursos impartidos, los resultados han sido muy inferiores a
los esperables y deseables. Eso sí, con todas las críticas que merezca el
sistema actual, debe partirse de tres advertencias previas: una, que los
problemas de eficacia del sistema son comunes a todas las Comunidades
Autónomas, incluso a la propia gestión estatal, sin que las cosas sean muy
diferentes en Andalucía más allá de que el punto de partida es el de unos
niveles formativos de base inferiores derivados de tasas de fracaso escolar más
intensas; dos, que la efectividad de la formación profesional no puede
calibrarse sólo a resultas de las tasas de desempleo existentes, porque por
mucha preparación que tengan los parados no vamos a lograr superiores tasas de
ocupación, dado que las oportunidades de empleo dependen principalmente del
crecimiento económico y no la empleabilidad de los demandantes de trabajo; tres,
que los malos resultados de la formación para el empleo no deben llevarnos a la
conclusión de que ésta resulte innecesaria, ya que existen intensas carencias
formativas en la población en edad de trabajar que perjudican la productividad
de las empresas, que la crisis del sector de la construcción exige todavía de
un importante proceso de reciclaje de los parados que necesariamente tendrán
que buscar empleo en otras actividades profesionales, así como que un nuevo
modelo de crecimiento basado en la innovación requiere de una formación
permanente de la población ocupada.
Por lo demás, los
problemas se aprecian con independencia del modelo de gestión existente, que es
lo único que se discute en estos momentos. Se trate de gestión pública, privada
o por parte de las organizaciones sindicales y empresariales, las ineficiencias
y uso poco positivo de los fondos destinados a la formación se detectan por
igual. Por ello, es necesario ir más al fondo del asunto, para romper ciertas
prácticas y culturas que están lastrando el sistema.
Así, ante todo se
aprecia una escasa cultura de la formación, más allá de lo que se diga
públicamente, de modo que ninguno de los agentes y destinatarios asumen
internamente su real utilidad. Las empresas en las más de las ocasiones no se
sienten involucradas en la mejor formación de sus trabajadores, entre otras
razones porque existe una muy alta rotación de sus empleados que no les incentiva
a formarlos, porque de manera inmediata en las más de las ocasiones no asumen
los costes de la formación y porque no perciben realmente la necesidad de
incorporar cambios innovadores que les lleven a exigir mayor formación a sus
empleados. Los trabajadores porque asisten desmotivados a los cursos, pues no
acaban de percibir que su formación real esté conectada en la práctica con sus
expectativas de estabilidad en el empleo, de recolocación o de progreso
profesional, de modo que acuden a los cursos para cumplir un trámite
burocrático o simplemente para obtener un título que incorporar a su currículo.
Las empresas de formación porque están poco controladas en cuanto a la calidad
de la formación ofrecida y sólo respecto de los datos cuantitativos de horas
impartidas y trabajadores inscritos. A la propia Administración, por cuanto que
está más interesada en los datos estadísticos del número de cursos impartidos y
de la ratio que ello representa respecto del conjunto de la población activa,
que a los resultados efectivos en términos de mejora de la formación de los trabajadores.
El resultado de todo
ello es que se organizan cursos de carácter general, que son los más fáciles de
ofrecer y que pueden dirigirse a un mayor número de empresas y trabajadores,
cuando se constata que son los más ineficaces al tiempo que se muestra que los
realmente efectivos son los especializados. En definitiva, no se acaban de
tomar como referencia los estudios sobre previsiones de demanda de
cualificaciones profesionales para la anticipación de las demandas de formación
tanto de los ocupados como de los desempleados.
Publicado en el Diario de Sevilla el 10 de mayo de 2014
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