Las nuevas
formas de vida junto con los actuales modos de organización empresarial
provocan una enorme dificultad en lograr un modelo que permita conciliar
eficazmente las responsabilidades familiares con las correspondientes
laborales. Ello convierte al objetivo de la conciliación en uno de los mayores
retos a los que se enfrenta nuestra sociedad en su conjunto. De lo contrario, se
acentuarán las preocupantes bajas tasas de natalidad, expulsaremos del mercado
de trabajo a quienes no puedan elegir, empeorará la calidad de vida de muchos
y, al final, dificultaremos un funcionamiento eficiente de las empresas desde
la perspectiva económica y social.
Casi todo se vuelve
en contra de lograr lo que todo el mundo considera imprescindible, pero que al
descenderse a lo concreto surgen inmediatamente las resistencias. Las empresas
reclaman dosis intensas de flexibilidad laboral para atender a los
requerimientos del mercado, especialmente en la gestión del tiempo de trabajo para
tener una plena disponibilidad horaria de sus empleados, que inmediatamente se
muestra incompatible con la atención a las responsabilidades familiares. El
trabajo a tiempo parcial se orienta a ser un mero instrumento de flexibilidad
empresarial, sin atender a la función complementaria que podría desempeñar en
el terreno de la conciliación.
La normativa laboral
pone el acento casi exclusivamente en el reconocimiento de derechos a la
ausencia del trabajo para atender a la familia (permisos, suspensiones, excedencias),
que provoca notables efectos colaterales negativos: acentúa el reparto desigual
de las cargas familiares, pues con ello las mujeres continúan asumiéndolas en
lo fundamental; es una medida materialmente de no conciliación porque impide el
pleno desarrollo profesional de quien las usa, obstaculizando a las mujeres un
razonable progreso profesional; acaba provocando un rechazo empresarial a la
contratación del perfil típico de quienes ejercen tales derechos.
Tampoco cabe
desconocer que tenemos una estructura empresarial de muy pequeñas dimensiones,
donde no son factibles muchas de las típicas medidas de conciliación, por mucho
que la normativa laboral pretenda imponer idénticos deberes a todas las
empresas.
Las mujeres
que por su origen, formación o experiencia pueden elegir, se orientan hacia
aquellos sectores o profesiones más proclives a permitir la conciliación, pero
con el efecto perverso de que el reparto de cargas internas en esas empresa las
soportan básicamente las propias mujeres, al tiempo que quedan excluidos de la
conciliación quienes no pueden elegir, especialmente los menos cualificados
profesionalmente.
Todo confluye
en que sean recurrentes las objeciones empresariales, no resultando
sorprendente que alguna portavoz empresarial, en un rapto de sinceridad,
recomiende no contratar mujeres en las edades de fertilidad y de mayores
responsabilidades familiares. Indiscutiblemente este tipo de declaraciones no
pueden justificarse en modo alguno, debe recordarse que ese tipo de conductas
comportan una transgresión de la prohibición constitucional de tratamientos
discriminatorios y, por ello, deben ser sancionadas con toda rotundidad.
Ahora bien,
con decir que estas conductas son una barbaridad y deben ser proscritas no
tenemos resuelto el asunto, pues no bastan medidas punitivas, sino que además
hay que actuar en positivo. Lo que no podemos ocultar es que tenemos un grave
problema y que debemos buscar los medios más adecuados para diseñar un sistema eficaz
de conciliación familiar y laboral de todos; no exclusivamente de las mujeres,
que son quienes hasta el presente han soportado el peso de las cargas
familiares. Se trata de un problema general del conjunto de la sociedad en su
forma de organizarse.
Aunque las
reglas laborales puedan ayudar, resultan claramente insuficientes. Hay que
adoptar un nuevo régimen de horarios generales, en el trabajo y fuera del
mismo, que sea plenamente compatible con las necesidades de conciliación; establecer
fórmulas de flexibilidad laboral horaria no sólo para atender a las necesidades
empresariales sino también la conciliación familiar; es necesario incentivar el
crecimiento medio de las dimensiones de las empresas; es imprescindible
reforzar un sistema sólido de servicios sociales, destacadamente un servicio público
universal de escuelas infantiles con horarios adaptados a los correspondientes laborales,
así como una recuperación del pulso del sistema de atención a las personas
dependientes; hay que diseñar un sistema fiscal favorecedor de la natalidad; hay
que generalizar los modelos de corresponsabilidad familiar de modo que exista
un reparto equilibrado de las obligaciones en el seno de la familia, incluso de
una comprensión de que se trata de un asunto que atañe a todos y no
exclusivamente a quienes soportan tales cargas. Otros países lo están haciendo
y no hay razones para que nosotros no podamos.
PUBLICADO EN DIARIO DE SEVILLA EL 11 DE OCTUBRE DE 2014