Parece que finalmente
la recuperación del crecimiento económico está provocando un cierto impacto positivo
sobre el empleo, que esperemos sea sostenido y de mayor intensidad. Sin duda se
detectan expectativas positivas, que se orientan hacia una nueva etapa, que
definitivamente cierra el ciclo negativo.
Ahora la pregunta que hay
que hacerse es cuál es el panorama para el inmediato futuro, tras un período
tan dilatado y profundo de destrucción de empleo. El interrogante es qué impacto
cualitativo ha tenido todo este duro proceso de reajuste y, en particular, cuál
es el escenario previsible de evolución del empleo. La cuestión planteada de
forma resumida es si todo el proceso sufrido ha servido para depurar el mercado
de trabajo, para provocar una catarsis suprimiendo los empleos inviables al
tiempo que se han creado los cimientos para a partir de ahora permitir un
crecimiento en clave de mayor productividad y calidad del empleo, o bien por el
contrario nos hemos limitado simplemente a bajar unos cuantos peldaños en la
escala de desarrollo económico, reducir los estándares laborales, para
situarnos en un panorama de deterioro generalizado del mercado de trabajo.
Por desgracia, todos los indicios presentan un paisaje tras el ‘tsunami’ de lo más desalentador, donde la respuesta se escora en esencia en la segunda dirección. Es cierto que se aprecian algunos espacios de real cambio estructural, pero la tónica general es la contraria: desde el punto de vista cualitativo en el mejor de los casos nos encontramos en la casilla de partida, sin haber corregido ninguno de los problemas de fondo.
La prueba más
significativa de todo ello se aprecia cuando, apenas repunta el empleo, el
sector donde más crece es de nuevo en la construcción, al propio tiempo que la
hostelería también se presenta como uno de los focos clásicos de creación de
empleo. En definitiva, se vuelve a la centralidad de sectores tradicionales,
que sólo proporcionan empleos descualificados, de mero uso intensivo del
trabajo y escasa productividad, cuando a los jóvenes se les pretende orientar
hacia la alta formación y empleabilidad. Lo que se postula como antídoto a la
volatilidad del empleo, el reforzamiento del sector industrial y de las
actividades con mayor potencialidad de innovación y productividad, no se
vislumbra como cambio cualitativo resultado de una reforma real del mercado de
trabajo.
Pero es más, el resto
de los datos que se pueden traer como referencia abundan en que desde el punto
de vista cualitativo no hemos cambiado sustancialmente nada, sino que, por el
contrario algunos elementos de carácter estructural se han deteriorado, al
margen del dato cuantitativo de la fuerte destrucción de empleo sufrida. Por
sólo señalar los más relevantes, cabe destacar los siguientes.
Se advierte una
tendencia poco apropiada al crecimiento del empleo a tiempo parcial, que por su
debilidad ni es creación sólida de empleo ni proporciona los medios
imprescindibles de suficiencia de ingresos, lo que desemboca en que el grueso
de ese empleo parcial sea involuntario desde el punto de vista de los
trabajadores así contratados, es decir aceptado como mal menor a la vista de
que no se les ofrece trabajo a tiempo completo. No ha cambiado la cultura de la
temporalidad entre el empresariado, de modo que se mantiene la preferencia por
la contratación temporal, aunque sea abusiva, como simple instrumento de
adaptación de las plantillas; se incrementan las ya de por sí altas tasas de
rotación en el mercado de trabajo, de modo que el tiempo medio de duración de
los contratos se ha reducido notablemente, con una intensa presencia de
contratos de muy corta duración, al mismo tiempo que resulta más difícil
afianzar materialmente los que formalmente se presentan como contratos por
tiempo indefinido.
El proceso de depreciación salarial sufrido se ha repartido
de manera desigual, de modo que ha afectado en mayor medida a los empleos más
descualificados, lo que a corto y medio plazo sólo puede provocar un mal
incentivo hacia la creación de empleos escasamente productivos y de poca
calidad. En fin, se ha producido una importante reducción del tamaño medio de
las empresas, olvidando que en esta materia el tamaño es clave para un
crecimiento sostenido en el tiempo, una mayor capacidad exportadora, una creación
sólida del empleo, basada en criterios de productividad empresarial y calidad
de este empleo.
En definitiva, si no se
corrigen estos elementos, que a la postre resultan los claves para determinar un
crecimiento sobre bases firmes en un escenario cada vez más complejo de una
economía irreversiblemente globalizada, podremos concluir que no hemos
aprendido casi nada de los errores del pasado, de modo que se volverá a un
modelo de empleo volátil y de escasa productividad, que al menor contratiempo
volverá a desangrarse en masa.
PUBLICADO EN DIARIO DE SEVILLA EL 16 DE MARZO DE 2015