La conjunción de los efectos de la crisis económica y de la reforma laboral está provocando un panorama bastante preocupante del desarrollo de la negociación colectiva. Empiezan a conocerse ciertos datos que confirman lo que se intuía, por mucho que desde esferas oficiales se pretendieran negar. Algunos datos pueden presentar un carácter más coyuntural, si bien el gran interrogante es si, por la profundidad de las reformas legales, económicas y sociales, discurran corrientes subterráneas que estén socavando los cimientos del sistema y afectando a piezas vitales de su funcionamiento.
El hecho más conocido es la devaluación
interna provocada por una notable pérdida del poder adquisitivo de los salarios,
incluso una reducción en valores absolutos de los salarios pactados en los convenios.
Podría aceptarse que ello es resultado natural de la evolución de la economía,
de la destrucción del empleo, de la presión para incrementar la competitividad,
de la contención de la inflación, de la propia reforma laboral. La preocupación
no es tanto la tendencia a la moderación retributiva, que avalan incluso los
Acuerdos interprofesionales celebrados entre sindicatos y patronales, como la
contundencia y prolongación en el tiempo del fenómeno. La clave se encuentra en
el equilibrio de las medidas, pues los excesos no compensados provocan efectos
perversos que acaban contaminando negativamente todo el sistema. Lo preocupante
es el círculo vicioso de provocar el incremento de los trabajadores pobres, el
colapso del consumo interno, el impago de las deudas pendientes y el daño
colateral al propio saneamiento bancario.
Incluso pensando en una posible
recuperación del crecimiento, en que será posible recomponer en parte la
situación hacia una razonable suficiencia de los salarios, lo más preocupante
es que por la fuerte tensión que se ha concentrado sobre la negociación
colectiva hayamos tocado ciertos elementos vitales del sistema, que dejen
secuelas difíciles de restaurar.
Así, lo más llamativo de los
datos publicados es la fuerte caída del número de trabajadores incluidos dentro
del ámbito de aplicación de los convenios, lo que podría suponer la presencia
de importantes vacíos, donde la negociación colectiva no funciona y no puede
desempeñar su función natural de regulación con homogeneidad de las condiciones
de trabajo. Uno de los rasgos definitorios de nuestro sistema, la alta tasa de
cobertura de la negociación colectiva, abarcando a la inmensa mayoría de los
trabajadores, parece que viene a menos. Aunque no sea fácil de cuantificar su
intensidad, parece que algo se está alterando en lo que hasta ahora constituía
regla central de nuestro modelo y que puede tener mucho impacto para cierto
tipo de trabajadores que se verían abandonados a una “negociación” meramente
individual.
Otro elemento que puede erosionar
el modelo es una actitud subyacente en algunas de las últimas reformas de
desconfianza del legislador hacia la negociación colectiva. Frente a un modelo
durante décadas de fuerte colaboración entre la legislación y los
interlocutores sociales a través de los convenios colectivos, parece que se
rompe ahora; como si el legislador no se fiara y presumiera que la negociación
colectiva le va a jugar a la contra, la expulsa del terreno de juego. Este tipo
de estrategias al final dan malos resultados, porque por mucho que se cierren puertas,
el aire acaba entrando por la ventana. Por ello, siempre es mejor tener en
cuenta que en materia laboral es muy difícil jugar a la contra, porque el resto
de los protagonistas con su no colaboración pueden reventar lo que se pretende
imponer desde el BOE.
Finalmente, no podemos desconocer
que el desarrollo generalizado de la crisis no se ha circunscrito al ámbito de
lo económico, sino que por su profundidad está afectando al conjunto del modelo
institucional. La consecuencia más palpable es que todas las organizaciones sociales
e instituciones públicas sufren un proceso de enorme desgaste en el prestigio y
reconocimiento ciudadano, como muestran todas las encuestas sociológicas. A ello
no escapan tampoco las organizaciones sindicales y empresariales protagonistas
durante décadas de nuestro sistema de relaciones laborales. Por ello, el reto
al que se enfrentan es muy superior, debiendo unas y otras reflexionar acerca
de cómo se estructuran internamente, cómo se financian económicamente, cómo
eligen a sus dirigentes, cómo conectan con sus representados, cómo desempeñan
sus funciones y acaban asumiendo sus responsabilidades. Desde luego sería todo
un disparate descalificar tanto a estas organizaciones como a las personas que
las integran, ni pensar que es concebible un modelo alternativo de relaciones
laborales sin un fuerte protagonismo de organizaciones capitales y básicas para
un funcionamiento democrático y equilibrado socialmente del modelo, como son
las actuales patronales y sindicatos más representativos. Pero lo que tampoco
cabe es esperar a que escampe el temporal, pensando que no es necesario cambiar
nada.
Publicado en Diario de Sevilla el 18 de noviembre de 2013