Las
estadísticas vienen mostrando desde tiempo atrás reiterados e intensos cambios
en los registros de altas y bajas en la afiliación a la Seguridad Social, con
picos tanto en términos de incremento como de reducción. Se trata de altibajos
que se producen sistemáticamente con independencia de la tendencia al
crecimiento globalmente constante de la afiliación que se aprecia desde hace
unos cuantos años. Estas alteraciones, que, en ocasiones, resultan
particularmente sorprendentes por su carácter brusco, pueden encontrar su
origen, cuando menos, en tres factores de distinta naturaleza.
En
primer lugar, se observa que nuestro mercado de trabajo, comparado con el de
otros países de nuestro entorno, es mucho más sensible a los cambios del ciclo
económico, lo que se manifiesta en que cuando se produce una situación de
crisis económica se destruye empleo con mayor intensidad respecto a la caída
del PIB y, por ende, con mayor impacto al que se observa en otros países;
mientras que, en paralelo, cuando repunta la economía y se vuelve a la senda
del crecimiento, el empleo crece igualmente con mayor intensidad a la del
crecimiento económico propiamente dicho. Ello se debe a que nuestro patrón
económico se concentra en exceso en actividades de baja productividad, por
tanto de reducida cualificación del empleo que, en consecuencia, destruye y
crea empleo de manera más inmediata y, sobre todo, más fuerte. Mientras que no
orientemos nuestra economía hacia actividades de superior innovación y
productividad no lograremos que el impacto de los cambios de ciclo económico
sea menos traumático de lo viene siendo tradicionalmente. Desde la perspectiva
laboral, hasta tanto no logremos un sistema eficaz de equilibrio en la adopción
de medidas de flexibilidad interna que frene la destrucción de empleo y su
recuperación sin pérdida de capital humano, todo el peso de la gobernanza laboral
se concentrará en la flexibilidad externa; en definitiva, en los mecanismos de
despidos colectivos y de indebidas jubilaciones anticipadas.
En
segundo lugar, con independencia de que nos encontremos en estos momentos ante
un claro escenario de tendencia global hacia el crecimiento de la ocupación y,
con ella, de progresivas altas, mantenemos un mercado de trabajo donde pesa en
exceso la estacionalidad de la actividad económica. Ello provoca procesos
anuales de montaña rusa, de recurrente crecimiento de la afiliación sobre todo
a partir de principios de la primavera, sucedido siempre de tendencias a la
caída de la afiliación a finales del verano. En concreto, ello da lugar a que
entre el pico más bajo y el correspondiente más alto de cada año suele existir
una diferencia nada menos de en torno a 700.00 afiliados. Desde el punto de
vista del funcionamiento del mercado de trabajo, ello se refleja en la
presencia de un número desmesurado de contratos temporales, en términos tales
que, anualmente, se celebran casi 21 millones de contratos, con sus
correspondientes altas y bajas, respecto de una población asalariada con este
tipo de contratos de en torno a los 13,8 millones; correspondencia entre lo uno
y lo otro descompensada y distorsionante.
Desde
luego, esos picos diferenciales tan elevados entre altas y bajas a lo largo del
año no se pueden explicar exclusivamente como resultado de la tradicional
estacionalidad de nuestro mercado de trabajo, sino que también en los mismos
concurren altas dosis de patología en las prácticas contractuales de las
empresas, que deben ser atajadas. Por ello, las campañas de la Administración
dirigidas a conjurar el uso desviado de la contratación temporal están
plenamente justificadas, al propio tiempo que deberían proyectarse otras
medidas legislativas que desincentiven las tendencias detectadas desde tiempo
atrás hacia formas de contratación temporal indebida para la ocupación de
puestos de trabajo estructurales y permanentes dentro de la actividad de las
empresas.
En
tercer lugar, probablemente lo menos conocido hasta el momento presente, se
están detectando caídas espectaculares de la afiliación, con correlativas altas
incomprensiblemente elevadas, uno y otro fenómeno concentrado en un solo día o
bien en dos días. Se trata de cambios bruscos de las bajas afiliativas que no
casualmente suelen coincidir con el final de un mes y al propio tiempo con el
último día laborable de la semana. En paralelo, además, sucesivamente se
produce un correlativo inmediato incremente muy elevado de altas, es decir, que
no por casualidad se produce el primer día laborable del mes siguiente. Así, ocurrió
el año pasado, cuando el 30 de junio se produjeron entre altas y bajas un
resultado neto de 265.000 bajas, mientras que el 3 de julio se dieron de alta
520.000 contratos, pero ese mismo día se habían producido 300.000 bajas; al
final, en tres días laborales sucesivos el cambio global había sido solo de un
total neto de 45.000 bajas. Algo muy similar, aunque de forma no tan intensa, se
ha producido este año a finales de la temporada de verano, cuando el último día
de agosto, también viernes, se produjo una caída neta en la afiliación de cerca
de 300.000 bajas, si bien parcialmente corregida el primer día laborable de
septiembre, cuando se produjo de golpe un incremento total de la afiliación de
173.000 altas.
Estos
cambios bruscos, más allá del ciclo e incluso de la estacionalidad anual, no se
verificaban en el pasado y encuentran una de sus explicaciones en la facilidad técnica
en el procedimiento de altas y bajas, que hoy en día se puede producir con un
simple clic en el ordenador conectado on-line a la Seguridad Social, con el
añadido de que comporta muy escasos costes económicos. Ello ha provocado un
incremento exponencial e inusitado de contrataciones de muy pequeña duración,
con altas de apenas uno o dos días. En algunos casos ello puede valorarse en
clave positiva, en el sentido de que está permitiendo que microcontrataciones,
que en el pasado no se formalizaban por su elevado coste de transacción y se
movían en el terreno del empleo sumergido, ahora se realicen con pleno
cumplimiento de la legalidad. Sin embargo, este último fenómeno no tiene
entidad suficiente como para explicar por sí solo estos cambios bruscos, de
modo que mucho mayor impacto presentan otras prácticas de ingeniería
contractual ficticia, que provocan tanto elusión de la normativa laboral como
mecanismos de reducción indebida de costes.
Todos
estos procesos bruscos de altas y bajas
comportan siempre una vía que en su conjunto suponen menores costes injustificados
de conjunto a las empresas y, en las más de las ocasiones, no atienden a una
contratación regular en relación con la causalidad en la contratación exigida
por la legislación laboral. Por ello, es oportuno proceder a introducir
mecanismos adicionales a los ya existentes de penalización a las empresas que adopten
estas prácticas de bajas y altas sucesivas, pues de manera generalizada se
trata de prácticas fraudulentas, incluso que, de no serlo, es aconsejable
desincentivarlas por los efectos perjudiciales que provocan tanto sobre una
mínima seguridad en el empleo de los trabajadores afectados como, igualmente,
sobre la solidez general de nuestra estructura productiva.
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