En estos momentos parece indiscutible que vivimos en
un país que ofrece escasos atractivos y, sobre todo, muy limitadas expectativas
de futuro a nuestra población más joven. El paro sigue siendo el problema más
preocupante de todos los que se presentan a la sociedad española, pero el mismo
se desborda hasta límites insospechados cuando atendemos a las cifras de
desempleo juvenil, más aún si las referimos a territorios como Andalucía donde
el problema ya se observa como inasumible.
Más aún, posiblemente las estadísticas
reflejan de modo algo edulcorada la completa realidad: en dichos datos no se recoge
el alto número de aquellos que en forma de goteo paulatino pero continuado contra
su voluntad se están marchando a buscar oportunidades reales fuera de nuestras
fronteras, con el dato decisivo de que son los mejor preparados y con mayor
capacidad de iniciativa; no se recogen aquellos que permanecen en el “circuito”
formativo exclusivamente por no caer en la pasividad y dejadez, pero que a
estas alturas poseen una contrastada especialización y se encuentran sobrados
de conocimientos para incorporarse de manera inmediata al mercado de trabajo
apenas que se les ofrezca una oportunidad; sin olvidar tampoco a aquellos otros
que, no teniendo expectativas de encontrar trabajo en el corto plazo, se
recluyen en las casas paternas, sin ni siquiera molestarse en inscribirse en
los registros oficiales de búsqueda de empleo, de modo que a tales efectos no
cuentan y permiten hacer la vista gorda de la cruda realidad.
A partir de ello, lo peor es que se suelen hacer
diagnósticos de elevada simplicidad, con frases que se pretenden
grandilocuentes, pero que significan poco: se declara que nos enfrentamos a una
generación perdida, cuando siguen con la esperanza de que se le ofrezcan las
mismas oportunidades de las generaciones que les preceden; se afirma que han
fracasado las políticas activas de empleo, como si éstas fuesen responsables
del conjunto de las carencias del mercado de trabajo y como si éstas fuesen
capaces de crear por sí mismas el empleo que no logra impulsar una actividad
económica que no despega con suficiencia; se propone que hay que incentivar a
los jóvenes a que busquen activamente empleo, como si éste se encontrarse
escondido debajo de las piedras; se habla de que tenemos un problema de paro
juvenil como si las carencias estuvieran en ese frente, en las aptitudes o actitudes
de los jóvenes, como si fuera algo de su responsabilidad y no algo endémico de
todo el mercado de trabajo.
En sentido estricto no existe un problema específico
de desempleo juvenil sino de desempleo a secas, lo que obliga a tener presente
el mercado de trabajo en su globalidad, siendo en estos momentos escasamente
influyentes las peculiaridades del trabajo de los jóvenes. Lo que ha sucedido
es tan simple como que en épocas de crisis se opta por conservar los puestos ya
existentes, con bloqueo de nuevos ingresos y, por ende, aumentando más y más la
bolsa de los jóvenes que hasta el presente no han logrado trabajar nunca.
La única singularidad de los
jóvenes se encuentra en su ausencia de experiencia laboral, que provoca un
lógico retraimiento de las empresas a su contratación por la incertidumbre de
los resultados y su presumible inferior productividad inicial. En algunos
casos, a resultas del fenómeno extendido del abandono escolar temprano, también
se aprecian carencias formativas, incluso para el desempeño de trabajo de baja
cualificación. Lo uno y lo otro justifica un tratamiento particular desde el
punto de vista laboral del primer acceso al empleo de la población juvenil, para
lo que pueden resultar de utilidad los mecanismos de formación profesional
dual, así como los contratos de trabajo formativos. En todo caso, ello ha
tenido escasos resultados y, sobre todo, no constituye ahora el factor
principal de corrección a los desequilibrios en el paro de los jóvenes.
Al final, como si todo
ello fuera derivado de que los jóvenes no tienen mucho que ofrecer, no se nos
ocurre otra idea más feliz que la de proponer incrementar ‘ad infinitum’ las
oportunidades de becas, cuando a estas alturas a la mayoría de ellos lo que les
sobra ya es formación. O bien la única idea original que aparece es la de
proponer salarios más bajos para ellos o peores expectativas de estabilidad en
el empleo, pues así se piensa que se incentivará su contratación, cuando el
problema es que las empresas no tienen capacidad de crecer con más fuerza y la
economía de reconstruir un tejido industrial diezmado. Por esa vía poco vamos a
lograr, por cuanto que se trata de un terreno ya bien trillado y del que la
experiencia muestra que poca siembra se obtiene. Definitivamente, si no somos
capaces de encarar los problemas con más
ambición difícilmente podremos conseguir que éste vuelva a ser un país para los
jóvenes.
PUBLICADO EN EL DIARIO DE SEVILLA EL 25 DE ENERO DE 2015
1 comentario:
Sigamos aprendiendo sobre todo del blog de Cita INEM SEPE
el cual siempre será uno de los mejores y más importantes para nosotros.
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